En su afán de incrementar sus conocimientos, los árabes tradujeron a los griegos, rescataron el pensamiento de Aristóteles de otros pensadores clásicos, y lo transmitieron a los hombres de Renacimiento. A esa importantísima labor cultura hay que añadir las aportaciones que hizo la civilización árabe en diversas materias: matemáticas, astronomía, física, cartografía, química y medicina. En astronomía, los árabes estudiaron el cielo y el movimiento de los planetas, y ese conocimiento lo utilizaron para orientarse a través de sus astrolabios. Erigieron grandes observatorios astronómicos en Samarcanda, Estambul y en algunos lugares de la India, y nos legaron un gran número de instrumentos de observación como astrolabios, planos y cuadrantes solares. Desarrollaron de forma excepcional la geometría y la trigonometría, y sobresalieron en el álgebra. Sus ingenieros desarrollaron de forma brillante la tecnología hidráulica; sus médicos fueron renombrados en el mundo cristiano (Avicena y Averroes); sus geógrafos dibujaron las fronteras del mundo conocido (Al-Muqaddasi e Idrisi); y sus arquitectos (Sinán) construyeron elegantes mezquitas, como la de Al-Azhar en El Cairo o la de Ben Yusuf en Marrakech, madrazas-escuelas coránicas- y hospitales como el de Nur al Din en Damasco.[1]
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