Durante bastante tiempo, la naturaleza no incluyó a los pobres, era una propiedad de los ricos; es decir, de los propietarios. Era netamente burguesa. Los no propietarios no eran iguales a los propietarios, y no tenía sentido hacerlos parte de la porción privilegiada que podía votar. En el colmo, la democracia más grande jamás habida, nombrada a sus presidentes en elecciones libres, mientras los esclavos dejaban su sangre entre las matas de algodón. El relato contaba que, si bien conforme con la naturaleza todos eran iguales, no por ello todos tenía condiciones, ya no digamos que para ser ciudadanos, sino para se simplemente humanos.
De modo que, para principios del siglo XX, la naturaleza humana se extendida, al menos en el discurso, a todos los seres humanos (aunque las mujeres debieron esperar un poco para votar. Pero la espera no fue en e balde, al menos en occidente: las mujeres ya pueden votar y ser votadas).
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